segunda-feira, 2 de abril de 2012

Los bosques inanimados. Un artigo de Ánxel Vence para La Opinión de A Coruña.



ÁNXEL VENCE *
        
Un incendio tan criminal como cualquier otro ha diezmado parte de la floresta del Eume en un atentado quizá irreparable para este país donde los bosques tienen vida propia y a menudo gozan del don de la elocuencia. Son ya varios cientos de hectáreas habitadas por el hermano carballo, el castaño y el abedul las que ha arrasado el fuego que, en su codicia de combustible, ni siquiera ahorra peligro a los vecinos de esa fraga tan parecida a la del bosque animado de Cecebre.

Casi nadie ignora que en Galicia los árboles hablan, rumorosos, cuando nadie los oye, con la complicidad de los animales del interior de la fraga y de las ninfas de las fuentes que se conjuran para guardarles el secreto. Todo lo anterior puede parecer mero exotismo tribal para las gentes de más allá del Padornelo, pero en Galicia resulta tan lógico que ningún lector nativo de El Bosque animado dudará en calificar de realista la novela en la que el genial y minusvalorado Fernández Flórez hizo la crónica de tales portentos.

Al resto del mundo se le engaña haciéndole creer que esa historia de carballos parlantes y de aristocráticos postes de telégrafo pertenece al negociado literario de la fábula o, como mucho, al del realismo fantástico, pero lo mismo ocurrió con el Macondo de Gabriel García Márquez. Ni las iguanas son imaginables como animales domésticos fuera de Colombia, ni los árboles que hablan tienen el menor sentido para un lector ajeno a los prodigios de suyo ordinarios en Galicia.

Probablemente este antiguo reino de fábula sea, junto a la Irlanda de Joyce, de Swift y de Shaw, una de las últimas reservas de imaginación de Europa. Solo así se entiende que este pequeño país goce de la capacidad de producir un número de escritores por metro cuadrado muy superior a los que en buena lógica le corresponderían en relación a su mera superficie física y a su escaso desarrollo económico. De hecho, el ingenio gallego -una ponderada mezcla de ironía, ternura y humor- ya había demostrado su eficacia comercial en ramos tan distintos como el de la literatura o el de la industria de la moda, que en apenas veinte años alcanzó el liderazgo peninsular partiendo de la nada más absoluta. Vender la arruga a buen precio no fue a fin de cuentas otra cosa que un acto de fe estética recompensada por el público.

Infelizmente, los bosques que hablan no solo son carne de sueños, sino también materia inflamable y lo bastante frágil como para que un vulgar incendio acabe con su vida. Es así como uno de los muchos fuegos en los que parece complacerse este país vagamente masoquista se ha dado el gusto de abajar a la mera condición de cenizas los árboles -acaso irremplazables- del parque natural del Eume.

Nos queda aún, por supuesto, la fraga de Cecebre que inspiró a Fernández Flórez su bosque animado, pero ni siquiera el profuso ejército de luchadores contra las llamas con el que cuenta Galicia puede garantizar a estas alturas su supervivencia. A fuerza de perder árboles parlantes, este que fue reino de gran cabellera forestal lleva camino de convertirse en un país inanimado. Ya lo advirtió, sin ser gallego, el ruso Tolstoi: hay gente que cruza el bosque y, en su ceguera, solo ve leña para hacer fuego.

anxel@arrakis.es
* Periodista  cuhna dilatada carreira na prensa galega

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